Buen día nos dé Dios.
Hoy Jesús en el Evangelio nos abre de nuevo los brazos y nos llama por nuestro nombre a todos los que estamos cansados y agobiados exhortándonos a ser mansos, a ser humildes, a cargar con su yugo, con su carga porque es llevadera, es ligera.
Hoy Jesús nos muestra el camino que no es otro que el de abrigarse en Él, el de apoyarnos en sus brazos, el de descansar en su morada. No es un camino fácil si lo vemos con los ojos, con las apetencias, del mundo pero en verdad si lo es...
Nos pide humildad y mansedumbre de corazón porque así podremos aislarnos de todos los que nos quieran atacar, todos los que nos quieran herir con palabras, obras y silencios, todos los que se consideran nuestros enemigos por ser como somos sin importar bandos ni línea de pensamiento o creencias.
Vivir desde esa clase de humildad que hace que abajarnos no suponga un descrédito, una deshonra, sino el mayor de los premios, el que nos lleva a ese descanso que nos ofrece Jesús. Solo el humilde, el manso, el sencillo, vive la vida desde la pureza de lo auténtico, desde la sabiduría de la Verdad. Nadie es más que nadie y el que así lo crea por mal camino va.
¿Cuantos cansados y agobiados por mil problemas diarios o que se llevan arrastrando durante años? ¡Muchos!
Todos estamos agotados, en una u otra manera, todos estamos demasiado agobiados con agobios buscados o simplemente encontrados sin querer y a los cuales no hemos sabido plantar cara o ver la necesaria solución. Llevamos mucho sobre nuestros hombros, demasiados frentes abiertos, demasiados flancos que cubrir, demasiada metralla en nuestra piel, demasiadas heridas sin cicatrizar...
Sí, estamos cansados y agobiados porque hemos caído presos de este mundo que te ofrece lo más bonito, que no lo mejor, a un precio demasiado alto. Hemos caído presos y ahora no sabemos como quitarnos esas cadenas que nos limitan, nos ahogan, nos matan lentamente. Nos hemos hecho esclavos de poderosos señores que no tienen tanto poder. Nos hemos vendido demasiado barato y ahora, ahora no sabemos como salir de ese laberinto, ese atolladero, con nuestras propias fuerzas, con nuestra limitada inteligencia.
Pero la solución es más fácil de lo que creemos: Está en Jesús.
Él nos ofrece sus brazos para descansar y descargar nuestros agobios, nos ofrece un método fiable que es la mansedumbre y la humildad para cargar con yugo que no es tan pesado, para soportar su carga que es ligera. Pero todo eso se hace desde la Fe en Dios y también en uno mismo. Ahí está la solución.
Fácil, ¿verdad? ¿Sabremos ponerla en práctica?
¡Feliz jueves!
Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.
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