Buen día nos de Dios.
Llueve, ventea y lo hace enérgicamente, con fuerza, como si cada gota de la pertinaz lluvia y el sonido del viento nos indicaran que hoy lo majestuoso que existe a nuestro alrededor se condensa en las paredes del interior de nuestro hogar.
Y es que es tan necesario mantener limpio y siempre acogedor nuestro interior.
¿Cuántas veces nos olvidamos de cultivar nuestro interior por estar o parecer? ¿Cuántas veces hemos ido aparcando lo que en realidad nos enriquece por donar nuestra vida al vil dinero o incluso al poder que lo ensucia todo con sus torcidos intereses? ¿Cuántas veces pensamos que lo de fuera es mejor que lo de dentro?
Si no enriquecemos nuestro espíritu, si no engrandecemos nuestro corazón, si dejamos en el arcén de la vida todo lo que nos sobrelleva a llevar una vida inadecuada, si no pensamos que por ser alguien acabamos siendo nada, si no somos capaces de ver y mirar en nuestra propia alma, nuestros propios sentimientos, nuestros miedos, recelos, inseguridades y nuestras propias maledicencias no seremos capaces de limpiar a fondo lo que haya que limpiar para que de nuestro interior broten los buenos sentimientos de entrega y generosidad a todos y con todos haciendo de nuestro propio ser más íntimo y personal un cálido y acogedor hogar para todos los que se nos acerquen o necesiten de nosotros.
En estos días de lluvia, de interioridad e intimidad debemos llevar a cabo un hondo ejercicio de introspección personal para ver que es lo que hay que cambiar, que seguro que es mucho, y lo que debemos cuidar y guardar como el mejor y el mayor de todos los tesoros.
Hoy sábado es un día maravilloso para volver a reencontrarte contigo mismo y aunque a lo mejor no te gusta lo que ves, Dios te da una nueva oportunidad para reconducir el desandado camino.
Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.