Buen día nos de Dios.
El sol tímidamente clarea un gris domingo de mitad de diciembre. Frío y viento nos acompañan como viajeros en este camino por recorrer llamado día, el monte verde oscuro imprime seriedad a un día de júbilo, un día de alegría, un día de oración, de recuerdos, de comunión como es el Domingo, el Día del Señor.
Cuando vemos la chimenea con su romántica lumbre calentando al hogar siento al Señor.
Sí, porque Él es la lumbre que da calor a mi frío corazón y lo hace más sensible, más humano, más entregado, más suyo.
A la vera del Señor, a la vera de la lumbre, nos sentimos más hijos de un Bondadoso Padre que nos recibe en su casa, que es la nuestra, para celebrar una imprescindible comida porque la Eucaristía es Alimento para nuestras almas, para nuestro espíritu, para nuestras vidas y también para la eternidad.
A la vera de ese calor que Él desprende tenemos que saciarnos de su Amor para luego entregarlo a quienes no tienen la dicha de conocerlo, de sentirlo, de amarlo y quien no conoce el Amor de Dios no conoce el Amor pleno con sentido, con razón.
El verdadero amor no tiene engaño, no es egoísta, no es posesivo, no es soberbio, no es orgulloso, no es infiel, el auténtico es alegre donación de uno mismo al otro ser sin impedimentos ni condiciones. En el verdadero amor no valen tantos las palabras sino los gestos y sobre todo los hechos.
Ese, y no otro, es el Amor que Cristo nos tiene y con el cual debemos corresponderle para después entregarlo a nuestros hermanos que pueden estar lejos o cerca pero que todos necesitan, necesitamos, estar a la vera de la lumbre, a la vera del calor del Buen Dios.
Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.
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