miércoles, 17 de diciembre de 2014

desde el tren. 17 de diciembre.




Buen día nos de Dios. 

Ayer tarde me ocurrió lo de todos los inviernos: Perdí la voz por la faringitis que sufro y padezco en estos días pre-navideños que hace que solo pueda comunicarme mediante la escritura. 

Y meditandolo pausadamente es bueno y necesario que en más de una ocasión guardemos silencio porque nuestros propios ruidos nos distraen de las cosas importantes que suceden a cada instante y que estamos tan distraídos para captarlo, preocuparnos y vivirlos.

¡Es tan necesario escuchar a los demás! 

¡Son demasiadas almas las que necesitan hablar, que se les preste la debida atención porque tienen mucho que contar y más que decir! 

Y no nos vayamos a creer que cuando digo que debemos escuchar a los demás son esos que están lejos sino, en primer lugar, a nuestros padres, maridos, mujeres, hijo, hermanos, familia y esos amigos, que son hermanos del alma, que tenemos siempre tan cerca que ciertamente no les prestamos la suficiente atención. 

Silencio no para no escuchar nada sino para oír a Dios por medio de nuestros hermanos. 

Silencio no para que enmudezcas sino para hablar con y desde el corazón con gestos, hechos dando calor al que siente fría el alma. 

Silencio no para que te acuestes quejándote de lo "malito" que estás sino para decirle a Dios sin palabras: ¡Aquí estoy, Señor, para seguir haciendo Tu Voluntad. 

Silencio para ser valientes porque el silencio no es callarme y mirar hacia otro lado. 

El silencio es la ausencia voz aunque no de acción para seguir actuando en el a día en coherencia y consecuencia de fe, de creencia o de pensamiento.

No olvidemos que hay silencios que dicen más que el mayor discurso pronunciado con bella oratoria que al final dice nada de nada. 

No olvidemos que Dios actúa en nosotros y cada vez que lo hace es una lección para alcanzar lo que en verdad importa: La vida eterna. 

Esta reflexión se la quiero dedicar a mi buen hermanoGarcía García Martín que siempre está ahí, en su particular misión evangelizadora y que tanto me aporta en el día a día. 

Recibe, mi querido, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.

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