Buen día nos dé Dios.
¡Buff, que me está costando coger el paso en este día!
¿A vosotros no os ha pasado alguna vez que estáis tan cansados que el solo hecho de levantarte ya se convierte en una heroicidad?
Debo reconocer que lo peor que llevo no es el calor, no es el frío, no es si duermo mucho o poco, no es si descanso más o menos sino las secuelas de mi enfermedad digestiva que cuando te dice hasta aquí llegaste puedes tener seguro que hasta aquí llegaste...
Después de una noche con un profundo dolor de estómago y todo lo que ello conlleva, después de tomar pastillas que relajan de forma fulminante el aparato digestivo pues os podréis imaginar que el escuchar el sonido del despertador, abrir los ojos y poner los pies en el suelo se convierte en algo heroico pues tu cuerpo, tu organismo te pide permanecer en el lecho del descanso.
No digo para que os preocupéis, mi enfermedad tiene estas cosas y sus secuelas son las que son, no os digo esto para regodearme de que no estoy bien de salud, para que me tengáis lástima, lo digo porque el Señor me ha enseñado que desde los momentos más dolorosos, más duros, donde ya crees no puedes dar más de ti, hay que coger el toro por los cuernos, plantar cara a la vida, saborear este día nuevo como el inmenso regalo que es y verlo todo con color Esperanza.
Cuando estéis que no podéis más pero hay que levantarse pensad ese dicho que la obligación está antes que la misma devoción. Cuando no se puede más no se puede más pero muchas veces nos quedamos en el lecho mirándonos el ombligo y sucumbiendo no tanto a la enfermedad sino a nuestra propia derrota personal pues ya hemos dado por vencida la batalla.
En ocasiones no hay opción para restablecer la salud y hay que guardar necesario reposo e incluso pasar por el hospital. Esas situaciones son inapelables y toca cuidarse para poder mejorarse por uno y por los que te quieren.
Yo os hablo de esos momentos en los que los padecimientos físicos te atenazan pero aun así puedes levantarte, con todo el dolor y el cansancio que puedas tener, tienes que mirar la vida a la cara y empezar a caminar desde esa Esperanza que lo inunda todo. Si nos quedamos en casa lamentándonos puede pasar de que nos hundamos más animícamente, ensimismados con nosotros mismos olvideramos a los demás y también haremos sufrir innecesariamente a quienes están junto a nosotros día y noche, llueva o truene, haga frío o calor.
Sí, Dios me ha enseñado a vivir la vida desde la Esperanza que inunda cada poro de mi alma, que me levanta todos días y me cierra los ojos cada noche. En esa Esperanza me enseñó a vivir mi madre, la misma Esperanza que me transmite todos los días Hetepheres, mi mujer, así como tantos y tantos hermanos y amigos que me acompañan en este camino llamado vida.
Por eso con más penas que gloria he puesto los pies en el suelo, he pensado lo que cuesta hacerlo los días en los que no estás ni a un 30% de tus capacidades, pero que tienes la obligación de atender a las responsabilidades que tienes encomendadas, tienes la obligación ante Dios y los hombres transformar tus padecimientos, sufrimientos y dolores en signos visibles de Esperanza que no olvidemos es la Alegría de la Fe en ese insondable Amor que el Señor nos regala cada día de nuestros días.
¡Feliz miércoles!
Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.
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