Buen día nos dé Dios.
El otro día en Misa hice una foto que me salió desenfocada y que al ir a borrarla pensé que esta imagen podría dar para una matutina reflexión.
Y es que si la miramos bien podemos vernos incluso a nosotros mismos aunque no distangamos nada ni a nadie. ¿Por qué entonces digo esto? Pues muy sencillo ya que muchas veces vamos a la Iglesia, a Misa, para cumplir y estamos pero en verdad no participamos. Sí, miramos con ojos desenfocados todo lo que allí está sucediendo, todo lo que estamos celebrando. Repetimos mecánicamente las oraciones, damos la paz como un gesto más, nos acercamos o no a comulgar porque forma parte de la Misa y antes de que el sacerdote diga la última palabra ya estamos fuera del templo y por supuesto criticando lo que ha tardado y lo larga y monótona que la ha sido la homilía y nos vamos a casa o al bar que allí no se pierde el tiempo por más que tarden en servirnos esa tapa de ensaladilla que hemos pedido hace más de media hora...
Cuando ponemos nuestros afanes con las cosas del mundo las que son de Dios dejan de interesarnos. ¡Así de sencillo! Cuando es más importante ese programa de televisión, esa charla, ese partido de fútbol, esa sesión de cine o simplemente me encuentro cansado lo verdaderamente importante deja de serlo.
Y es que llevamos demasiado tiempo alimentando nuestro propio YO. Muchos libros de autoayuda, muchos de frases hechas, muchos de instrucciones de cómo debemos tomarnos la vida y todos sin mencionar ni un solo segundo a Dios. Alimentamos tanto el YO que después cogemos sobrepeso de vanidad, de ego, de orgullo, de altanería hasta convertirnos en seres soberbios, prepotentes y ciertamente endiosados.
Y claro si YO soy el más importante qué me va a decir de nuevo el cura en el tostonazo de Misa que solo habla de que para servir mejor al Señor hay que olvidarse de uno y fijarse en los demás.
Si en verdad fuésemos conscientes de lo que en verdad la celebración de la Eucaristía, del bálsamo para nuestros azotados corazones supone la Palabra de Dios y la homilía que nos dirige el celebrante. Si nos percatáramos de que cuando comulgamos entra en nosotros Jesús convirtiendo nuestros cuerpos en temporales sagrarios seguro que nos tomaríamos más en serio el ir a Misa preparados, limpios y perdonados de nuestras faltas y pecados.
Si en verdad fuésemos creyentes buenos y coherentes tendríamos necesidad de Dios a todas horas y nuestro corazón sentiría ese calor de zarza ardiente cada vez que estuviéramos junto a Cristo en el Sagrario o ante Él a la hora de comulgar.
Si en verdad supiéramos lo que es la Santa Misa dejaríamos aparcados el YO y entraríamos con ganas de compartir en comunión con todos nuestros hermanos.
Sí, pienso que muchas veces tenemos la visión y los sentidos ciertamente desenfocados para las cosas de Dios...
Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.
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