Buen día nos de Dios.
Lo sé, sé que con los años, las vivencias, los padeceres, sufrimientos el propio desgaste hace que nuestra mirada vaya perdiendo intensidad y poco a poco se va apagando.
¡Ya no me sorprende de nada!
Escuchamos demasiadas veces en lo que supone una concepción triste de la propia existencia.
¿Cómo que ya no nos sorprendemos de nada? ¿Ya hemos tirado la toalla? ¿Tan barato damos todo por perdido?
Me niego a pensar que la vida no puede sorprenderme cuando en verdad Dios hace que lo haga a diario.
¿Podemos decir a las claras que ya hemos visto de todo?
Lo siento, no me lo creo.
¿Es que ver un amanecer por el mar, la montaña o en medio de la ciudad con esa mezcolanza de impresionantes colores no es para sorprenderse a diario?
O ver los innumerables gestos de buena voluntad de los que nos rodean o de esos que ni siquiera conocemos.
O cuando lees algo que sinceramente no esperabas de tal o cual persona y que ha hecho alimentar tu alma.
O esa fotografía que alguien ha sacado del baúl de los recuerdos y que son los tuyos propios.
O...
Pero para que la vida, para que cada día que nos regala Dios, nos vuelva a sorprender debemos quitar esa mácula que ensombrece nuestros ojos para volver a tener los de un niño que es inocencia, fascinación, sorpresa y también amor mucho amor.
Mira con los ojos de un niño y verás como todos los días te sorprenden.
Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.
Quiero dedicar esta reflexión a mi querido Fernando Mósig al que hoy he vuelto a ver y reencontrarme después de hace años. Y después que me digan que Dios no nos tiene preparada agradables sorpresas a cada instante.
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