Buen día nos de Dios.
Este sábado gris y de pertinaz lluvia fina me invita a reflexionar hoy sobre la incomprensión.
La incomprensión es un acto de orgullo y soberbia para el que la practica y una daga perforada en el corazón de quien la recibe.
Y es que en este mundo que vivimos hay pilares casi inamovibles como es la soberbia que junto al orgullo hacen que no te muevas ni un ápice porque crees que siempre tienes razón.
El soberbio se acompaña de soberbios porque si no le podrían decir que se bajara de ese caballo que se mire por donde se mire es siempre perdedor y que demasiadas víctimas son pisoteadas en la guerra que mantiene contra todo lo que no sea su mundo.
Los soberbios que llenan sus alforjas de insano orgullo se van alejando de sus hermanos, haciendo de la hermandad en la que todos estamos metidos un sitio incomodo y lleno de falsedad.
El soberbio que oscurece su corazón con cada pensamiento, cada gesto, cada palabra y cada decisión porque es en definitiva una persona que vive en la mediocridad personal y de espíritu y por eso debe sobresalir de la forma que sea y como sea necesario aunque el reguero de víctimas sea demasiado apabullante.
Pero el cautivo en la soberbia, en el orgullo, en la dureza de corazón tiene solución y está en nuestras manos el poder ayudarle. Orando por él y haciéndole ver que transita por un camino equivocado que ciertamente no llega a ningún lado salvo la propia destrucción y que vale la pena hacer felices a los demás que desgraciados porque en definitiva el que da la mano, ofrece una sonrisa y ayuda al prójimo sin pedir nada a cambio siente la felicidad en lo más dentro y profundo de su corazón.
Nada está perdido para recuperar a esos hermanos nuestros que andan como ovejas extraviadas porque Jesús irá a buscar una a una y al Señor es imposible llevarle al contraria.
Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.
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