Buen día nos dé Dios.
Fíjate pues hasta en esos lugares más agreste y donde sólo sobreviven los más fuertes puedes encontrarte la delicada belleza de una flor.
Fíjate pues nos acostumbramos a ver siempre lo más duro, lo que permanece aún pasen los años y perdemos la percepción de lo efímero, de eso que con solo mirarlo unos segundos te transporta el mismo alma.
Y es que nuestro corazón se ha encallecido y no es capaz de asimilar la belleza en su estado más frágil.
Por eso unas florecillas esparcidas en medio de la rocosa montaña hace que nos fijemos en ellas más que en la imponente mole rocosa que tenemos delante porque a lo mejor la próxima vez que pasemos ya han desaparecido.
Es la grandeza de la pequeñez. Es saber captar y recoger lo bello y único que dura instantes aunque su recuerdo permanece en nosotros sin tiempo.
Tengamos corazones sensibles y cálidos capaces de admirar toda clase de belleza y más si esta es tan efímera que dura tan sólo un abrir y cerrar de ojos.
Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.
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