Buenos días Villaluenga.
Buen día nos dé Dios.
He abierto las ventanas de la Atalaya y agradablemente me he encontrado con septiembre, con su luz, su color, su parsimonia que invita a la tranquilidad.
Necesario ver alguna vez en la vida lo que mis ojos tienen el privilegio de presenciar casi a diario en estas fechas. El dorado de los campos con ese sol que amarillea, que se va volviendo cada vez más macilento, que nos invita al calor de hogar que está próximo a llegar donde nos reuniremos en torno a la chimenea crepitante de tantas cosas.
Y me he sentado en mi sillón con la montaña que adquiere otros matices en esta fecha, he detenido la mirada en este coqueto salón de la Atalaya y entonces si he dicho: ¡Bienvenido septiembre! Pues él ya había entrado en mi hogar.
Me gusta el verano con su apasionante color y algunas veces desmesurado calor, pero soy más de septiembre, siempre lo he sido, haya tanto ya que ni me acuerdo.
Empecé a ayudar en casa demasiado joven, ahora esto sería motivo de “delito”, para mí un orgullo el poder haber llevado algunas pesetillas a la no tan boyante economía familiar. Con 14 años hoy se es un niño, algunos unos niñatos, que conocen lo que conocen y muchas veces nada bueno. Mis 14 años fueron el hacerse hombre antes de tiempo pero no en las sábanas sino curtiéndome en la vida para ayudar en casa. Así sucedió años tras años hasta los 48 que cumpliré si Dios así lo quiere en diciembre.
Cuando pude coger vacaciones lo hacía en septiembre porque siempre me ha inspirado la tranquilidad, el sosiego, la paz que en muchas ocasiones no podía vivir d la manera que las demás la vivían. ¡Bendito sea Dios! Eso ha cambiado y ahora las cojo salteando los meses midiendo nuestras fuerzas.
Soy de los que no me han regalado nada, he subido cada peldaño con esfuerzos y demasiados sacrificios, pero hoy estoy donde quiero estar y vivo a mi manera que sin molestar a nadie también ruego para mi esa consideración.
Dios hizo que no tuviera juventud propiamente dicha pero al día de hoy pienso que ni falta que hacía pues dio una oportunidad única: El ser hombre con cuerpo y corazón de niño.
Al día de hoy soy hombre, tengo cuerpo de hombre pero el corazón, hermano mío, no ha cambiado y sigo siendo ese necesario niño que se deja sorprender, que se emboba con un paisaje, que es sensible a los demás, a la creatividad, a los sentimientos, a una sonrisa o un gesto imperceptible de tristeza…
Sí pienso que debemos ser adultos con corazones de niños porque la vida así es más bonita y sobre todo estaremos más cerca de Jesús que siempre tuvo preferencia por la inocencia que representa la niñez.
Sí, es verdad septiembre ha regresado a mi vida, con sus colores, sabores, olores, sentimientos y lo ha hecho para quedarse.
Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.
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