Buen día nos de Dios. El amanecer en mi bendito Villaluenga del Rosario ha unido la animosidad del frescor propio de las primeras horas del día con el trasiego normal de sus habitantes. Todos los días nos pueden parecer iguales aunque son inmensamente diferentes. Son regalos únicos y exclusivos que nos ofrece Dios a diario y que nosotros en demasiadas ocasiones no sabemos aprovechar. Nos solemos levantar embotados, con pocas ganas de nada hasta que desayunamos o tomamos un café que nos aporte la energía necesaria para iniciar nuestros particulares quehaceres. Le damos más importancia a lo ínfimo que a la trascendencia de lo inmenso que es Dios. ¿Cuántos de nosotros le ha ofrecido el día, y todo cuanto hagamos, al Señor? ¿Cuántos les hemos pedido que nos proteja, nos ayude, nos haga más fuerte y más sensibles con quienes nos rodean? ¿Cuántos de nosotros hemos leído el Evangelio, lo hemos meditado y hecho parte de nuestro sábado particular? ¿Cuántos de nosotros asistiremos a la Santa Misa para comulgar el Sacratísimo Cuerpo de Cristo que nos da Vida más allá de nuestra propia vida? ¿Cuántos de nosotros haremos de nuestro fin de semana no un espacio para relajarnos, divertirnos sino de aprovechamiento de nuestras almas por medio de la contemplación de las maravillas que a cada instante hace el Señor para con todos nosotros? ¿Cuántos de nosotros donaremos nuestro tiempo "libre" en servir, de la manera y el modo que sea, a los demás? No, no podemos desaprovechar el inmenso regalo que nos hace Dios al regalarnos un día nuevo donde todo está por hacer, donde cada uno desde sus circunstancias puede cambiar su parte del mundo hasta hacerlo un lugar habitable, lleno de esperanza, de amor y de fe. Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.
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