Buen día nos de Dios. Hoy y todos los días de nuestras vidas tenemos que intentar ser buenos samaritanos. Ayudar y entregarnos a los demás es la misión más hermosa de cuantas podamos hacer. Que se cumplan en cada uno de nosotros las obras de misericordia ofreciendo esa mano amiga, esa sonrisa sincera, ese abrazo cálido, esa compañía necesaria a los que se encuentran solos y abandonados por todos es el mayor premio que nos puede dar Dios. Tenemos que saber detenernos en el momento oportuno, pisar el freno a nuestras prisas, abandonar momentáneamente, las obligaciones que ciegan nuestra vista hasta hacernos perder la realidad de las cosas y mirar hacia el lado donde está ese hermano nuestro que necesita de nosotros y que puede estar demasiado cerca que no nos damos cuenta ni reparamos en ellos. Cuando ayudamos a los demás de verdad, sin pretendidas intenciones, cuando vemos en sus ojos la mirada de Dios, sentimos en nuestro corazón un calor especial y le damos gracias al Señor por habernos permitido ese privilegio porque en definitiva no son nuestros desfavorecidos hermanos los grandes ayudados sino nosotros mismo porque Dios se ha fijado ti para ser sus pies y sus manos. ¡Alabado sea el Señor que nos permite ayudarle en su misión redentora! Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.
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