Buen día nos de Dios. Hoy Jesús nos recuerda, no se cansa de recordarnos con infinita paciencia que la clave de todo está en amarnos los unos a los otros como Él nos ama, que antes que nada, ni de lo más sagrado, tenemos que reconciliarnos con nuestros hermanos con los que tengamos débitos de amor. Es un toque de atención a nuestro orgullo, nuestra prepotencia, nuestra particular soberbia. Todos debemos abajarnos de nuestra "realidad" para comprender la realidad del otro, el por qué se ha llegado a esa situación y si tal merecía la pena. ¿Merece la pena pasar así la vida sin mirar a ese otro por cualquier situación que seguro se puede arreglar con unas simples palabras de perdón? He llegado, desde la experiencia personal, a la convicción de que NO, de que vale la pena intentar un acto de conciliación que nos reconcilie como hermanos. Aunque nos podemos encontrar con que el otro no quiera perdonar, no quiera tender su mano, no quiera olvidar lo que es fácilmente olvidable. ¿Entonces que hacer? Os diré lo que me recomendó mi director espiritual hace algún tiempo: Perdonar tú su actitud, rezar para que todo se vaya normalizando, no hacer nada pues puede ser considerado una provocación en un corazón que todavía sigue herido y cuando aquél regrese a ti y te de la mano, tu tienes que darle un abrazo pues estarás viviendo en carne propia lo que sintió el padre del hijo pródigo. En esos casos deben doblar las campanas de nuestros corazones porque un hermano que creíamos muerte ha vuelto a resucitar. Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.
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