martes, 2 de julio de 2019

2 de julio. ¡Sálvame, Señor, que me hundo!

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Buen día nos dé Dios.
¡Sálvame, Señor, que me hundo!
¿Cuántas veces le hemos gritado esta exhortación al Padre a lo largo de nuestras vidas? Seguro que menos veces de lo que nosotros creemos pues pensamos que somos tan "fuertes" que todo lo podemos y no nos damos cuenta de nuestra inmensa fragilidad cuando las situaciones difíciles nos superan, cuando llegan las enfermedades, los problemas, los agobios...
Pero Dios sabe que como todo hijo pensamos que incluso podemos dar la espalda al Padre e incluso nos avergonzamos de Él como cuando vivimos esa siempre apasionante época de nuestras vidas de la adolescencia que creemos "conocer" todo y en verdad no nos conocemos ni a nosotros mismos.
¿Quién no le ha llevado la contraria a sus padres en la adolescencia y en la juventud? Pues lo mismo con Dios.
Solo cuando uno supera esa etapa y empieza a degustar las mieles de la madurez asume lo necio que ha sido a la hora de discutir e incluso menospreciar a sus padres no solo porque ellos tenían razón sino porque han desperdiciado horas, días, semanas y años de disfrutar de los padres que cuando mueren y se van más allá del mismo cielo nos dejan con ese sentimiento de orfandad que no se mitiga nunca.
Eso nos pasa con Dios que como muchas veces tenemos una Fe adolescente y por tanto no muy madura nos enfrentamos, le contradecimos, le volvemos la cara, pensamos que ya no creemos, que somos poderosos que todo lo podemos por nosotros mismos...
Cuando todo nos va bien nos miramos al espejo donde reflejamos una imagen triunfal pero... ¿Y cuando viene la tormenta y el mar estalla en la roca hasta hacerla desaparecer? ¿Cuando se nos hunde todo? ¿Cuando desaparece bajo nuestros pies eso que llamamos ahora como zona de confort? ¿Entonces qué nos pasa?
O nos rebelamos y seguimos caminando sin ton ni son por las oscuras veredas de la vida o miramos a eso que llamamos Cielo y que no está ni arriba ni abajo sino donde esté Dios y le pedimos suplicantes: ¡Sálvame, Señor, que me hundo!
¡Sálvame, Señor, que ya no puedo más!
¡Sálvame, Señor, que ya se me acabaron las fuerzas y con ellas las ganas de seguir viviendo!
¡Sálvame, Señor, porque sin Ti mi vida no tiene ningún sentido!
¡Sálvame, Señor, de caer en la tentación!
¡Sálvame, Señor, de todo mal!
¡Sálvame, Señor, de mi mismo, de mis bajos instintos, de la malsana soberbia!
¡Sálvame, Señor, de que me crea mejor, me sienta idolatrado!
¡Sálvame, Señor, cuando me veas que me alejo de tu rebaño!
¡Sálvame, Señor, cuando no viva en el Perdón, en el Amor, en la Fe, en la Caridad, en la Esperanza!
Sí, Señor, sálvame que me hundo y sin Ti no tengo fuerza para seguir navegando hacia el puerto que Tú me quieras llevar.
Sálvame, Señor, que me hundo y salva del hundimiento a mis seres queridos, a los que quiero y me quieren así como los que no solo no me quieren sino que me odian. ¡Sálvalos y dales Tu Paz!
Feliz martes
Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.

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