Buen día nos dé Dios.
¿Cuál es mi Cruz?
Esa pregunta se la hago al Señor y me contesta con hechos que se hacen palabra de vida eterna.
¿Quiero mi Cruz?
Esa pregunta me la hago y me respondo que si no fuésemos de Cristo no la querría ni por asomo pues muchas veces hunde mis pies y me impide caminar pero enseguida veo la mano de Dios en mi vida y la gratitud impera pues queriendo la Cruz también quiero seguir la senda que me purifica y salva.
¿Necesito mi Cruz?
Sin lugar a dudas, la mía porque no me sirve la de nadie, la mía porque el Señor sabe lo que puedo o no puedo soportar, el peso que necesito sobrellevar, lo suave o abrupta que es al tacto según la toque, según los días, según yo me encuentre.
Jesús me dice que coja mi Cruz y le siga a donde vaya, le siga con palabras y obras, con silencios y testimonio, defendiendo a los inocentes y dejándome defender por Él. Jesús me dice, me exhorta, para que me abrace a la Cruz de cada día, de cada instante, cada momento de mi vida, que me agarre con desesperación en momentos de dolor, de sufrimiento, de persecución, de abandono, de humillación, de enfermedad, del final de mi final y la acaricie sin olvidarla nunca en los momentos de alegría, de satisfacción, de alabanzas, de reconocimientos, de gratitudes, de admiración porque tanto en el dolor como en la alegría debo tener presente mi Cruz, la que Dios ha dispuesto para mí, la que no me hace creerme más de lo que soy ni tampoco menos.
¿Y qué soy?
Un sencillo peregrino que solo ve su pequeñez cuando está ante la inmensidad, un sencillo peregrino que camina torpemente siguiendo los pasos de Cristo, un sencillo peregrino que lo que hace es sembrar desde la torpeza para que el Señor en su inmensa misericordia dé los frutos que tengan que dar. Un sencillo peregrino que necesita, quiere, y conoce su cruz porque es el único salvoconducto que nos llevará a las puertas de la gloria.
¡Feliz jueves!
Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.
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