Buen día nos de Dios. ¡Qué nos cuesta perdonar! Parece que cuando somos agraviados de alguna manera nos sentimos en potestad de dar o no el perdón como si tal cosa nos perteneciera. Poco a poco nos vamos convirtiendo en dioses sustituyendo al mismo Dios. ¡Qué se ha creído ese...! ¡Con el mal que me ha echo! Y al final "ese" mal por muy dañino que haya sido se acaba superando y diluyéndose con el tiempo. Aún así no damos nuestro brazo a torcer porque ya no manda en nosotros el dolor de la deslealtad o del agravio sino nuestro propio orgullo que unido a esa "pizca" de soberbia que todos tenemos hace de nuestra conducta un cóctel de venganza e hiriente dolor. ¡Así no podemos vivir! Porque no es justo con los demás ni con nosotros mismos. Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.
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