Buen día nos dé Dios.
Últimamente estoy espaciando este tipo de reflexión y no es porque piense en ir acabando este ciclo sino que será por la intensidad del año o mi estado de salud necesito descansar más la mente porque a estas alturas siento signos de general agotamiento.
Leyendo el Evangelio puedo comprobar que a Dios no le impresiona nuestros gestos de cara al público, nuestros ayunos, nuestras oraciones, nuestra forma de vivir la Fe de cara a la galería que siempre es algo artificial. El Señor quiere que nosotros hagamos en nuestra vida según su voluntad pero sin aspaviento innecesarios, sin focos ni cámaras, sino desde el interior más desnudo de nuestra propia Fe porque Él gusta de ver en lo escondido que en verdad es la forma desnuda, más natural, que tenemos para ser hombres y mujeres entregados a un mismo Fin: El Reino de Dios.
¿Qué albergamos en nuestros corazones? ¡Piénsalo!
Muchas veces harían talta muchos filtros que fueran colando lo malo, lo pernicioso, lo maligno, lo que nos destruye hasta llegar al fondo donde habita el Amor que siempre es Misericordia, es Perdón, es Fe, es Caridad, es Esperanza... Ese ejercicio de necesaria introspección nos asusta, nos da pavor, no da un miedo que se vuelve enfermizo y que hay que hacerlo cara a cara con el Señor en la íntimidad, en la lejanía de cuanto te rodea, en lo escondido...
Es un ejercicio de limpieza vital que puede durar años o tiempo sin límite pero que cuando se consigue vives en esa clase de plenitud, en esa clase de felicidad, en esa clase de alegría, que hace que por muy tóxico que sea todo tu corazón está totalmente limpio de agentes externos pues es Dios quién, en la íntimidad y en lo más escondido de nuestro ser, ha estado con nosotros en ese necesario paso hacia la purificación salvífica de nuestro corazón.
¡Feliz miércoles! Os deseo todo lo mejor.
Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.
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