Buen día nos dé Dios.
Cada día de nuestros días el horizonte se abre al infinito ante nuestra propia mirada y así permanece aunque en demasiadas ocasiones nosotros no lo queramos ver.
Sí, es muy fácil tener un amplio horizonte cuando las cosas van bien, la salud responde, y todo en un auténtico goce pero cuando la vida se nos tuerce, la salud está renqueante y ese todo en vez de gozarlo nos toca sufrirlo parece que ese inmenso horizonte en un eterno túnel que nos fatiga el solo mirarlo.
Dios nos ofrece ese horizonte que luce pletórico ante nosotros para darnos muestra de que Él está ahí a nuestro lado y que lo que ha de venir, que ni siempre será todo bueno ni siempre será todo malo, es inmensamente necesario para nuestra existencia porque todo nos enseña, de todo se aprende, todo contribuye para nuestra realización personal y sobre todo para alcanzar ese horizonte tan inmenso, tan amplio, tan inmensamente bello que es nuestra propia salvación.
En los momentos de amarguras si nos hundimos aquí se acabó todo pero si en cambio estas las afrontamos desde el ofrecimiento a Dios para que por nuestros sufrimientos se salve un alma, se obre un milagro, ya la amargura no es tal amargura sino un pilar fundamental de la Esperanza y la Alegría en medio del dolor.
Las enseñanzas desde el dolor son más veraces que las que se ofrecen desde la exaltación, desde la comodidad, desde el inmenso bienestar que nos confunde y muchas veces ciega.
Por eso hoy te invito a recorrer ese palmo que te corresponde de ese inmenso horizonte que se abre ante tu mirada que parece inalcanzable pero bien sabemos que con la ayuda de Dios nada hay imposible.
Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.
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