Buen día nos dé Dios.
Comienza una semana que por estos lares es más corta ya que el viernes celebramos la tan criticada por quienes quieren destruirlo todo Constitución de 1978 y el domingo la Solemnidad de la Inmaculada Concepción que al ser festivo pasa al lunes. Vienen unos días de fiestas donde cada uno dedicará su tiempo a lo que crea oportuno o se lo pueda permitir que eso es otra cosa.
A lo mejor no se lo puede permitir porque tenga obligaciones en casa, niños demasiado pequeños, mayores enfermos, demasiados gastos... Aunque al final no hace falta irse demasiado lejos para ser feliz pues un paseo mañanero, disfrutar en casa con los tuyos, tener ese ansiado momento de soledad, leer, escuchar música, hacer ese arreglillo que hace tiempo hace falta o simplemente disfrutar de un rato de oración.
Sí, he dicho bien: Disfrutar de un rato de oración.
¿Por qué será que cuando hay un megapuente festivo siempre pensamos en ir a tal o cual lugar, viajar, hacer mil planes, y en casi ninguno entra Dios?
Estamos en Adviento, un tiempo penitencial de preparación para descubrir el gran misterio que se produce en cada Navidad y que no son las calles bellamente exornadas, no es la música, no es la gente corriendo para encargar esto o aquello, no es una zambomba, no es un continuo gastar por gastar sino la llegada al mundo del Hijo de Dios que vino a nosotros, como todos, como un bebé pues Él tenía que crecer, vivir, compartir, con los demás en sus mismas condiciones.
El Niño Jesús es también nuestro Mesías, nuestro Señor, el que nos salva. Entre ropaje envuelto esta el gran misterio de la grandeza de Dios que se hizo niño para salvarnos de la perdición.
Pues ante lo magnífico que celebramos cada madrugada de 25 de diciembre, que se va diluyendo con el mercantilismo a lo bestia, esta el Adviento que nos prepara, si nosotros queremos, para adorar al Niño sabiendo que el mismo es Dios.
Estas fiestas navideñas cuyo único protagonista es Jesús que junto a María y José conforman la Sagrada Familia son muy cercanas, de muchos recuerdos, pues mientras vamos creciendo, algunos envejeciendo, sentimos demasiados huecos vacíos en torno a la mesa. Eso es una inmensa realidad que a nadie se le escapa aunque todos los que nos faltan hay que pensar que son los pastorcillos en el eterno y celestial Portal de Belén, que ellos ya presencian la grandeza del misterio del Niño Dios en vivo y en directo.
Por eso es inmensamente necesario que nuestros niños vayan a la Iglesia, que puedan tener la oportunidad de conocer a Jesús, que puedan disfrutar de Él en la Eucaristía, que por medio de la oración y de las enseñanzas que ofrecen los padres, los catequistas, los sacerdotes puedan llegar a descubrir el gran misterio de lo que es la verdadera Navidad desde la inocencia y pureza de sus corazones.
Porque no olvidemos que en la mirada de un niño se puede tocar la Esperanza.
Pues en este megapuente te invito a que lo pases como puedas, que hagas lo que te puedas permitir, pero también te pido que no te olvides de Dios porque Él nunca se olvida de ti, de nosotros...
Feliz lunes y semana.
Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.
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