Buen día nos de Dios.
El Señor gritó en plena agonía: ¡Tengo Sed!
Y nosotros en nuestro particular día a día también gritamos lo mismo obteniendo en demasiadas ocasiones la misma respuesta.
¿Cuántas veces gritamos que tenemos sed de justicia, de cariño, de caridad, de amabilidad, de amor, de alegría, de esperanza, de amistad, de coherencia, de calor humano, de verdad...?
¿Cuántas veces obtenemos el silencio por única respuesta?
Jesús no le dieron agua fresca para mitigar su sed sino vinagre que le hiciera más daño del que estaba soportando.
¿Cuántas veces ofrecemos hiel y vinagre a esa persona que necesita tanto de nosotros? ¡Nos cuesta tanto darnos a los demás!
A lo mejor en estos días tristes donde conmemoramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo es el mejor momento para que pongamos nuestras vidas en disposición de servir a los demás ofreciéndole ese vaso de agua pura y limpia que mitigue tanta sed de tantas cosas y que está a nuestro alcance el poder solucionarlo.
Amar al prójimo como lo haces con Dios es tan fácil o tan difícil como predisponer nuestros corazones a la salvífica voluntad del Señor.
Amar al prójimo olvidándote de ti mismo no tiene por qué ser fácil pero si es justo, necesario porque Dios nunca se olvida de quienes han ofrecido sus vidas a los demás.
En este Miércoles Santo meditemos el grito y exhortación de Jesús cuando nos dice alto y claro a nuestros corazones: ¡Tengo Sed!
Recibe, mi querido hermano, un fuerte abrazo y que Dios nos siga bendiciendo.
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